Es evidente el monopolio de deidad patriarcal que se ha dado en occidente durante varios siglos, y más allá de la humilde inclusión del arquetipo de diosa madre en las distintas manifestaciones modernas, la energía predominante a la hora de rendir tributo ha sido básicamente masculina y no fue hasta mediados del siglo XIX que a la diosa le fue dado un estado arquetípico y de veneración. Parte de la reinstauración de la imagen de la diosa en la cultura occidental se puede deber a los trovadores de la edad media. Esto es debido a que gran parte del sentido de romance llevado hoy en día en el subconsciente colectivo viene de aquellas leyendas de caballeros derrotando dragones para rescatar a princesas. Arquetípicamente, el dragón vendría a representar las pasiones más bajas, la parte animal del hombre, mientras que la doncella es el estado de virtud pura y plena que espera ser rescatada de la inmundicie de la bestia, el caballero por supuesto vendría a ser el ego del individuo manifestándose en dicha lucha heroica. Por otra parte, los trovadores que cantaban dichas historias de la manera más poética que les era posible servían de inspiración a las personas de los pueblos que visitaban, generando en ellos un impulso de amor romántico que poco a poco fue transmutándose en una búsqueda del conocimiento esencial del ser.
Aquellos personajes hidalguescos que buscaban con valentía el santo grial vendrían a representar el ego manejado primordialmente por el intelecto en busca del conocimiento en su estado puro, el estado matriz virginal, representado como energía femenina ying (por ello se suele decir que los caballeros del Grial eran célibes). Al margen de con qué densidad se ha llevado a cabo el culto a la imagen de la diosa, desde un punto de vista pragmático el patriarcado espiritual conducido de manera absolutista es evidente. Si entendemos la energía yang (masculina, de repulsión, acción, delimitación, intelecto, razón, decisión, lenguaje, el instinto bestial) en contraposición (pero con una necesaria conciliación) con la energía femenina ying (representada como la disolución del ego, el ser por el ser, la emoción, la intuición, la inocencia) ha sido la primera la que ha gobernado con creces a lo largo de los últimos siglos de la historia humana, mas no de manera diplomática como tomando simplemente la posta, sino más bien de forma tiránica con la intención de suprimir por completo a la segunda.
Por eso a nivel de colectividad moderna somos capaces de dirigir misiles, pero no a nosotros mismos. El alejamiento de la matriz, y, lo que es peor, la distorsión y el estado de putrefacción al que se le ha llevado, representan un serio limitante para el desarrollo del hombre. La sola idea de que el afecto maternal tenga cualidades fortalezedoras en el espíritu del hombre vendría a ser un tabú para la ciencia moderna (si es que si quiera se es permitido utilizar el término «espíritu»), es así como las virtudes de la Diosa madre han sido relegadas nuevamente, ya no ahora por un patriarcado de cultos abrahámicos, sino de manera más sutil e incluso más dañina en manos de una dictadura del intelecto.
Una de las manifestaciones en las cuales se es más evidente la expropiación de la energía ying colectiva es algo tan común como el momento de nuestro nacimiento. Antaño era común que la mujer diera a luz en medio de la tierra y deshiciera el cordón umbilical con sus propios dientes, un procedimiento que hoy en día podría ser considerado barbárico. ¿Mas por qué ha sido reemplazado este? El cordón umbilical es cortado (en ocasiones prematuramente), el niño lucha para respirar, luego recibe un golpe repentino en la parte trasera, muchas de las figuras presentes tienen máscaras por lo que se le es negado el reconocimiento de muchos rostros humanos salvo el de la madre. En eso, se le permite tener algo de contacto con la última antes de ser abducido a otra habitación junto con otros niños donde permanecerá hasta que se «acostumbre al ambiente», aunque en muchas ocasiones esta «costumbre» no es otra cosa que un estado de shock. El estado en el que muchos de nosotros comenzamos en este mundo, un estado en que se nos es desprovistos del contacto con la primera energía representativa de la diosa: la madre. Así es como comenzamos: desde el primer momento se nos indica que debemos apagar nuestros sentidos sublimes y todo lo que nos pudiera conectar con un todo, tan solo para sobrellevar la agonía que es estar vivos. Y esto simplemente es aceptado, simplemente es parte de nuestro «progreso» como especie.
A diferencia del culto al arquetipo del dios padre, el culto a la diosa en un nivel esencial tiene menos de rituales o íconos, sin embargo dicha capacidad para «ser» antes que «hacer» es ya muy poco común en una especie humana espiritualmente agónica y desequilibrada.La diosa en estado ideal (Gaia) es la matriz de espacio infinito que da a luz a todo y al mismo tiempo permanece pura e intocable, es madre y simultáneamente virgen, uno de los máximos estados a los que se puede aspirar. ¿Qué ser se puede comparar a tal infinitud? Pero lo más importante: ¿cómo podría tal infinitud ser conocida, sin la imagen del dios masculino para explorarla? La energía yang determinadora del carácter, el ego y el intelecto busca retornar al estado matriz primigenio, y a través de dicho camino de retorno conocer los diferentes aspectos de la madre, desde sus falsas máscaras hasta su reino más sublime. Podría decirse que la historia de la evolución humana se asemeja a los espermas que buscan fecundar el óvulo, pero que primero tienen que atravesar los ácidos y demás obstáculos. La cantidad de óvulos que serán fecundados en comparación a la cantidad de espermas es enorme, esto podría asemejarse a un proceso destilatorio, a una selección natural. Pero bueno, ¿si ocurre a nivel de concepción micro por qué no habría de expandirse hasta el momento de nuestra muerte, teniendo en cuenta que nacemos y morimos a cada segundo? Esto por supuesto tomando como principio la ley hermetista de que como es arriba es abajo, y que si eres capaz de fraccionar y analizar correctamente una parte puedes llegar a conocer el todo.
El prisma oscuro de la diosa
Al igual que en su primer plano Gaiaista la diosa podía ser representada como fertilidad y abundancia, su aspecto en un plano inferior se nos muestra, y esto para colocar un ejemplo muy claro, como la diosa negra, Kali.
La diosa Kali como ejemplificación de los bajos fondos de la energía ying vendría a representar el pecado, la muerte, la degradación y al mismo tiempo la sabiduría y regeneración a partir de las mismas, un equilibrio necesario pues solo es posible reconocer a la verdadera madre después de haber experimentado el dolor generado por la ramera. El yang como energía masculina, fálica y solar de repulsión en este caso entra en acción, a través de la exorcización de la matriz contaminada, todo con la intencionalidad de volver a la madre, llevando a cabo entonces una renovación del sentido épico de la existencia. El arquetipo oscuro de Kali puede en todo momento ser purificado, a pesar de estar atrapada en un espectro de miseria, en rechazo de su verdadera esencia. La diosa oscura no se dejará purificar voluntariamente, dicha extirpación de su oscuridad deberá ser perpetrada a la fuerza (algo similar a un rapto y posterior forcejeo divino), puesto que su corazón ha sido sellado en oscuridad por demasiados billones de años. Sin embargo al señalar que dicho acto se llevará a la «fuerza» no se hace referencia a una fuerza bruta, sino a una fuerza sutil, de dominio a través de la seducción y el uso de la sensación.
Así como la energía patriarcal es usada para conquistar la materia (a través del intelecto y la tecnología) la energía de la diosa en estado puro debe ser usada para la conquista del alma, algo que generalmente hablando debió haber ocurrido primero, pero que lamentablemente no se dio así (recordemos que lo ideal es que la lista de prioridades vayan desde lo más sutil hasta lo más burdo, caso contrario se termina siendo esclavo de la materia, asemejándose gradualmente menos con lo divino).
Tal es la relación del patriarca y la matriarca, cada uno incompleto sin el otro. La matriarca devolviendo al varón a su estado primigenio y otorgándole la inspiración y pureza de alma para llevar a cabo una emnienda, el patriarca mostrando despliegue de conocimiento y coraje presto a entregar su vida con tal de liberar la energía de la madre, mostrando en todo momento lealtad y devoción infinitas. Siendo el humano el actor y canalizador de dichas energías, entendemos que los dioses no están permitidos de gobernar sobre nosotros, sino más bien de fluir a través nuestro.
Que la gran madre derrame su gracia sobre ustedes
y les inunde de coraje para enfrentar el Kali Yuga.
Cyrus
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