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Ah, el arte de generarse rivales, ¿qué sería de la excelencia y el instinto de automejora en la raza humana si no fuera por el motor motivacional que constituye la rivalidad? Todos hemos tenido rivales alguna vez, ya sea cuando eras un crío y te peleabas por coger el último dulce que caía de la piñata, o cuando creciste un poco más y caíste en cuenta de que a ti y a tu amigo les gustaba exactamente la misma chica en la secundaria. Sin embargo, ¿por qué considero a la rivalidad un arte y, lo que es más importante, un arte noble? La oposición de dos grandes fuerzas viajando en destinos opuestos genera una chispa y, de paso, pone a prueba a cada una.
Lo cierto es que jamás sabrás qué tan grande eres hasta que no estés cercano a un rival, jamás mejorarás en absolutamente nada si no te sientes motivado por el acto de morder el polvo de la derrota, jamás conocerás lo que es la verdadera satisfacción hasta que logres derrotar en algo que consideres motivador a alguien a quien considerabas tan bueno o mejor que tú en ese rubro. El decaimiento de la sociedad occidental se ha visto compuesto básicamente por el rotundo fracaso a la hora de crear rivalidad. Uno de los epicentros de ese fracaso es en la falta de principio meritócrata en el cual la rivalidad nace desde el núcleo de ver quién ha juntado más méritos propios para conseguir un objetivo y dejarse ver brillar. Hoy en día, dadas las diferencias de clases económicas cada vez más amplias y el emborregamiento general de la población por obra del gobierno y los medios ya no existe competencia productiva que valga, y esto se da por dos factores básicamente:
–Las posiciones en la que se colocan a los contrincantes no son ganadas por medio del mérito: las posiciones en las que se encuentra cada uno no han sido ganadas por mérito propio, son, por lo contrario, posiciones predeterminadas, por defecto, azarosas. Es como si en una pelea de box ganara el que tuvo dinero para traer el arma más poderosa al ring antes que quien ha entrenado los músculos y movimientos con mayor empeño. Y, a su vez, el hecho de que uno pudiera no tener tiempo ni recursos para entrenar también hace que la posición se rija por el azar, lo cual daña seriamente el impulso de competencia y genera más bien un monopolio en la liga. Si el último es capaz de derrotar por knock out al primero de la liga, es señal de que el ecosistema competitivo se está manteniendo saludable.
–La competitividad está enfocada en algo más además del mérito de alcanzar una meta honorable: ¿es la rivalidad necesariamente algo bueno per se? Pues no, como siempre digo cada fuerza en este mundo posee un nivel, la competitividad en un nivel bajo genera la deshonorabilidad de la meta que se planea alcanzar. Es decir, cuando el rollo no consiste en ver quién genera un mejor invento, o una mejor obra o quién demuestra mayor destreza física. Cuando la competitividad consiste en ver quién es el más cretino, el más manipulador, el que puede hacerse el pillo con más gente, el perfecto engañador, el perfecto patán, entre aquellos que luchan por tener poder únicamente por el poder o dinero únicamente por el dinero, el que puede hacerse a más mujeres (cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia)
Una sociedad sin individuos que compitan unos con otros por demostrar su maestría en un tema decae rápidamente. Se convierte en un entorno mediocre, conformista, autocomplaciente hasta el hartazgo y repulsivo en términos generales. El arte de hacerse de una rivalidad con alguien a quien consideres digno le forma el carácter a uno, le pone a prueba, permite romper límites y es un motivador que aniquila cualquier tipo de depresión o culpabilidad. La estimulación de la rivalidad honorable por parte de los organismos gubernamentales es una necesidad impostergable para generar un entorno saludable en que los individuos puedan aprender a desarrollarse, blanderse como campeones y, sobre todo, aprender a ser buenos rivales.
Dudas, preguntas o sugerencias a republicasalvaje@hotmail.com y les responderé gustoso.
Tengan una buena semana,
Cyrus