wongkarwai

 

El arrojo a la vida es, ciertamente, confuso. Más confuso aún es la búsqueda de profundidad más allá de lo efímero y sensual del instante. Si el romance es un parche existencial, el sexo masturbación mutua, las amistades pequeños dioses postizos, los enteógenos breves vistazos a la muerte insondeable, los parentescos familiares una arbitrariedad biológica, la razón una ramera capaz de justificar lo que sea y la emotividad un niñato maleducado pidiendo a gritos un pellizco. Si todos los elementos, que hallamos en la totalidad del mundo 3D son efímeras manifestaciones de una creación desde la nada, entonces solo la nada y su infinito vacío son las fuentes únicas de profundidad.

En otras palabras: más allá de la pulsión tanática, de la muerte misma, no existe profundidad de ningún tipo. Lo que recordaremos siempre hasta el último de nuestros días serán esos pequeños encuentros con la anulación  de nuestro ser: la subsunción de nuestra conciencia en una experiencia estética exquisita, la demencialidad dionisiaca de un orgasmo, el éxtasis religioso (ese en el que el sujeto siente que el más allá se lo lleva, benévolamente, antes de tiempo, sin tener que esperar el ansiado juicio final). Incluso el contacto con el otro querido del cual su compañia nos es grata constituye un olvido del yo, un arrojo, una distracción, un mero descanso de lo que constituye la angustia existencial del dia a dia.

La conciencia del arrojo a la vida, del constante entrelazamiento con la muerte y la supremacía del vacío nos ayudan a desalienarnos y huir de las garras de las falsas dicotomías diarias. De los fenómenos que vienen, van, regresan y nos atormentan. Habrán momentos de máximo goce, de máximo olvido de la vida misma, y en esos momentos es que debemos estar agradecidos con la matriz infinita que subyace a todo lo demás, pero que es en sí misma la más brutal materia negra, destructora de todo, creadora de todo, ausente de absolutamente nada.